Al magnífico texto y reflexión de Paco Bello, que suscribo y reproduzco íntegramente en su contenido y pensamiento sincero y noble, solo puedo añadir lo siguiente: "El ojo ve sólo lo que la mente está preparada para comprender". Henri Bergson. Como siempre, en cualquier asunto que tratemos, por amplio y complejo que parezca, muy pocas cuestiones son esenciales, algunas pocas más son importantes y, la inmensa mayoría son irrelevantes. Montejb. Lo esencial somos los seres Humanos. Desde este punto de partida en el orden que proceda de prioridad, se puede afrontar cuanto sea necesario en el tiempo, procurando la equidad y el respeto de los ciudadanos conscientes y responsables que en libertad puedan elegir libremente sin discriminación salvo la que la Naturaleza provea.
Paco Bello.
Iniciativa
Debate. 19.2.2012
En nuestros locos intentos,
renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser. William Shakespere
Un
29 de octubre de 1919, hace ahora más de 92 años, se aprobó en la OIT¹ el
primer convenio internacional por los derechos de los trabajadores (C1).
Era el que acordaba establecer entre los firmantes la jornada de ocho
horas, o de la semana de cuarenta y ocho horas en la industria. En 1928 llegó
el salario mínimo (C26), poco después, la edad mínima para trabajar (C33),
y dos años más tarde llegaron las prestaciones por desempleo (C44).
Hace 80 años ya, que se limitó la jornada semanal a 40 horas con carácter
general. ¿Sorprendente, verdad?
Hasta
antes de la guerra IIGM los derechos de los trabajadores fueron ganando
terreno. Unos sindicatos con músculo, y unas convicciones férreas, iban
derribando todos los muros de tradiciones y pasado. Y eso era solo el
principio, se miraba al futuro con esperanza, y no solo desde el proletariado.
Qué
tiempos aquellos en los que el destino se auguraba desde una lógica social,
incluso desde ciertas corrientes capitalistas. El desarrollo tecnológico
cautivaba los sentidos, la modernidad se podía tocar con la punta de los dedos.
El mismo John Maynard Keynes (un capitalista recuperado de las estanterías
desde el comienzo de la crisis como figura válida incluso por gran parte de la
izquierda contemporánea), presagió jornadas laborales de 15 horas semanales
para el 2030. El hombre ocupaba por entonces el centro del universo
intelectual. La economía iba a estar a su servicio, y pronto disfrutaríamos de
tiempo para lo importante, relegando las duras tareas de la obtención de lo
imprescindible al fruto de nuestra inteligencia como especie; las máquinas.
Estas
previsiones no eran ni mucho menos el resultado de la imaginación desbordada de
unos cuantos idealistas soñadores. Se trataba de una prospectiva basada en
fundamentos válidos, y adelantada por las mentes más prestigiosas del
establishment de la época. Todo estaba calculado, bueno, todo no; solo dejaron
de incluir en sus cálculos el hecho de que la codicia no puede permitir la
igualdad, ni la libertad. Y por lo visto tampoco habían perdido mucho tiempo en
estudiar dónde se encontraban realmente. Hoy ocurre exactamente lo mismo, pero
con mayor delito, porque la tendencia es la opuesta.
Lo
dicho, todo era muy sólido (aún no había nacido Marsall Berman), y desde ese
prisma la argumentación incontestable. Entonces… ¿Cómo llegamos a aceptar un
mundo en el que un medio superase el valor del fin para el que se creó?
No
es demasiado complejo explicarlo (ahora), pero para empezar vamos a tener que
hacer acto de contrición con/contra nuestra inteligencia, y admitir que hemos
sido estafados. Nos han colado un timo de la estampita generacional elevado a
la googolésima potencia.
Un
estudio reciente de un investigador de Princeton –Iain
Couzin–, estima que la democracia necesita un elevado número de
personas ignorantes para funcionar. Desconozco si el estudio con grupos de
animales es extrapolable al ámbito de la psicología social y la sociología como
él conjetura, pero es indudable que la conclusión es fácilmente aceptable si
por democracia, se refiere Couzin, a este nuevo paradigma en el que unos dicen
que existe, y el resto se lo cree.
Sin
medias tintas; incluso la mayoría de los críticos reputados desconocen el
funcionamiento del sistema. Están condicionados por él. Es por esto
que algunos siguen apelando a fórmulas reformistas, sin perjuicio de aquellos
que lo hacen por adecuarse a una realidad incontestable. Es mucho más llamativo
en cualquier caso el “hasta entrañable” esfuerzo de algunos autodignificados y
sobrios academicistas, siempre henchidos de doctrina y seudocientífico
empirismo económico. Estos contertulios habituales de cómicas emisiones
televisivas disfrazadas de debate riguroso son, los que aún siendo carne de
cañón, defienden tesis que a muchos nos provocan, una vez superada la
indignación, una sonrisa condescendiente.
Profesores
y expertos en economía con una capacidad intelectual tan precaria como el
modelo que los dejará con una mano delante y otra detrás excepto que acepten su
rol de mascotas: el siempre elástico libre mercado ¿Es o no entrañable?
Si
esto llama la atención, no lo hace menos ese sector que les replica defendiendo
el reformismo; sí al libre mercado “pero regulado”. ¿No han visto el oxímoron,
o no lo quieren ver?
Para
empezar, los defensores del libre mercado son por naturaleza y por lógica,
partidarios de la desregulación, es su credo, lo dice su propia definición (a
veces no queremos leer, ya lo dijo Cervantes), y por si fuera poco, para ello
incluso han creado una figura imaginaria que se conoce como “la mano
invisible”, que es el eufemismo para nombrar sin definir, el presunto
automatismo que aplica la propia estructura basada en la competencia: el mejor
domina, el apto sobrevive. Darwinismo en estado puro, o cómo aplicar el
equilibrio sin considerar que el todo es más que la suma de sus partes.
Hay
alguno de estos correligionarios que incluso han criticado duramente el
salvataje público a la banca privada. Los hay muy puristas, muy ortodoxos,
“gente seria”. Estos son precisamente los que han olvidado (o no quieren
recordar) que todo lo que existe en este planeta es de todos y de nadie, y no
de los que sean capaces de dedicar más tiempo a satisfacer su enfermiza codicia
acaparándolo. Si esto no se acepta, el modelo no deja de ser una estafa (lo
es). Por esto, y sobre el papel, a título estético, para evitar que nos matemos
entre nosotros por apropiación indebida, se firma tácitamente al nacer un “contrato
social”, que viene a significar lo mismo que un “vamos a llevarnos bien”.
El problema es que hemos olvidado que existe, y que está basado en
contraprestaciones por usufructo.
Estos
personajes, en su demencia, defienden que el más capaz se mantendrá arriba
(algunos ilusos creen que son capaces de llegar, que están bien adaptados a ese
sistema. Otros sí lo están, a la par que su psicopatía). Es una lástima que
esta gente nunca haya contado (es ironía) con la importancia de la posición
previa; de partir con ventaja. Y tampoco han exigido en su ortodoxia hacer
tabula rasa para empezar su estúpida competición. Que le digan ahora a un
“emprendedor” con 3000 € que compita en el mercado de la alimentación con
Mercadona; mucha suerte (Eso solo es posible de partida con condiciones
similares, lo comento por si algún inspirado se ve tentado de recordar los
orígenes de esta empresa). O a un particular que intente igualar a Goldman
Sachs. El mercado libre es el caldo de cultivo del oligopolio, cuando no lo es
directamente del monopolio. Pero es sobre todo la excusa para perpetuarse
haciendo parecer que hay libertad para competir.
Estos,
los puristas con vocación, son “cortitos mayores o jóvenes ambiciosos” que
se han tragado el cuento de la lechera de mamá educación dirigida y de papá
modelo social. No ven más allá, porque es muy cómodo llegar a la primera meta,
y no hacer el esfuerzo de dudar si hay otras. ¿Qué más da que para llegar hasta
aquí haya tenido que existir sociedad? Me han enseñado a mirar por mí y nadie
me ha dicho que existían otros con los mismos derechos. Hijo mío “tú lo vales”.
A
los otros, a los que pueden tener solución, habrá que preguntarles cómo van a
convencer a los todopoderosos amos del mundo para que se dignen a aplicar esas
reformas que reivindican. Algunas de esas firmas las publicamos aquí
haciéndonos eco, porque son las exigencias de buenas personas. Pero sus
propuestas mantienen células del cáncer de la iniquidad que afecta al modelo
actual. Y puestos a que no nos hagan ningún caso, vamos a idear un edificio
nuevo, y no la reforma de uno con los cimientos destrozados. Puede que hasta
ahora tuviera alguna lógica ser conservadores (cautelosos, pragmáticos,
realistas), pero eso ya no tiene sentido.
Han
metido el miedo en el cuerpo hasta a la gente digna. Hablar de lo público (lo
que es de TODOS), tiene una espantosa prensa, por algo será (los generadores de
opinión responden al criterio de sus señores). La iniciativa privada es
eficiente, y lo público es un desastre, y sin embargo ha tenido que ser el
Estado el que rescate a la banca. Lo ineficiente ha rescatado al eficiente
causante privado de la crisis. Qué cosas. En realidad ha sido un expolio y no
una crisis, pero eso lo dejamos para otro día.
No
se habla de empezar una sociedad bien regulada, en la que quien no colabore
pudiendo hacerlo no disfrute sus ventajas. En la que nos sintamos orgullosos de
participar, porque participamos en lo nuestro y disfrutamos con ello. En la que
la valía no conduzca a la diferencia de clase sino a la diferencia de
satisfacción. En la que todos los bienes y servicios básicos sean del Estado
(de TODOS). En la que se facilite la iniciativa cultural. En la que prime el
beneficio colectivo sobre el individual, y en la que dispongamos de mucho
tiempo para crecer como personas. En la que no creamos que la solidaridad nos
perjudica sino que nos beneficia. En la que lo accesorio tenga su valor real,
en la que una vivienda, la alimentación, la salud, la educación y la
comunicación sean un derecho inalienable, y en la que por poner un ejemplo de
estulticia, comerse una naranja en junio precise el salario de un mes para
cualquiera. No hay que prohibir nada, hay que ajustarlo a la realidad de un
modelo de racionalidad en un planeta de recursos finitos.
Una
sociedad en la que todos conozcan la diferencia entre valor de uso, valor de
cambio y valor agregado. En la que se regule adecuadamente la especulación y la
codicia. En la que no se permita estafar. En la que el desconocimiento de la
Ley sí exima de su cumplimiento, pero en la que ningún ciudadano la desconozca.
En la que nadie quiera ser más que nadie, pero especialmente en la que nadie
pueda ser más que nadie. En la que las decisiones se tomen entre todos. Una
sociedad del bien común. Puestos a pelear por algo, ¿por qué no pelear por
esto?
Y
ahora bajemos a la tierra. En el momento en el que nos agitemos ante la
imposibilidad de movernos, nos daremos cuenta de dónde estamos. Y no tardará en
ocurrir. También les ocurrirá a los que creen que no pasa ni pasará nada. Por
eso es importante tener una base. Una revolución sin ideas claras es la placa
de agar para regímenes totalitarios.
Dicho
esto, no sé cómo será el futuro. Solo tengo argumentos para desmontar y para
proponer, pero estoy tan perdido como cualquiera a la hora de prever el momento
del presumible desenlace. No se me ocurre ninguna idea genial, ni tampoco creo
que sea posible sumar a demasiada gente (la cultura del individualismo está
demasiado arraigada). Pero sí te ruego algo a ti que me lees; que si eres capaz
de liberarte de convencionalismos inculcados, les hagas saber a todos que estás
harto. Puede que esto cree una corriente positiva. Sé uno más en portar un
símbolo de desacuerdo. No te va a hacer menos respetable y no dañará tu imagen.
Pásate por el enlace, y súmate al movimiento marrón
sobre blanco, no esperes a que los demás lo hagan por ti. Tú eres el que lo
inicias todo.
Lloramos
al nacer porque venimos a este inmenso escenario de dementes.
William
Shakespeare
¹
Organización Internacional del Trabajo:
PD:
Al magnífico texto y reflexión de Paco Bello, que suscribo íntegramente en su
contenido y pensamiento sincero y noble, solo puedo añadir lo siguiente: "El ojo ve sólo lo que la mente está
preparada para comprender". Henri Bergson. Como siempre, en
cualquier asunto que tratemos, por amplio y complejo que parezca, muy pocas cuestiones
son esenciales, algunas pocas más son importantes y, la inmensa mayoría son
irrelevantes. Montejb. Lo esencial somos los seres Humanos. Desde este punto de
partida en el orden que proceda de prioridad, se puede afrontar cuanto sea necesario
en el tiempo, procurando la equidad y el respeto de los ciudadanos conscientes
y responsables que en libertad puedan elegir libremente sin discriminación
salvo la que la Naturaleza provea.
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